miércoles, 1 de diciembre de 2010

Amar a Jesús


Jesús, hermano (Rom 8,29), amigo (Jn 15,16), concédeme el gran don de conocerte y amarte de forma que por tu amor sea capaz de perderlo todo (Flp 3,8). Que lo único que me importe en la vida sea ganarte a ti, Jesús, y encontrarme contigo, desprovisto de todo mérito personal (Flp 3,9).
Quiero probar el poder de tu resurrección, teniendo parte en tus sufrimientos (Flp 3,10). Quiero proseguir mi carrera hasta alcanzarte, Cristo Jesús, sabiendo que tú ya me has dado alcance (Flp 3,12).
Estoy lejos de esta meta, pero quiero correr con constancia en esta prueba, fijos siempre los ojos en ti, como pionero y consumador de la fe (Heb 12,1s).
Quiero despojarme del hombre viejo y de su manera de vivir, para revestirme del hombre nuevo (Col 3,9). Para ello necesito estar crucificado contigo, Cristo Jesús, de forma que no sea yo el que viva, sino que seas tú el que viva en mí (Gál 2,19s).
Tú eres “el que nos ama” (Ef 6,24). Te entregaste por nosotros (Gál 2,20), amándonos hasta el extremo (Jn 13,1). Señor Jesús, concédenos amarte con un amor inquebrantable (Ef 6,24). Que con toda sinceridad, Jesús, tú seas la esencia de nuestra vida (Flp 1,21).
Te ruego que yo a mi vez te sepa amar apacentando a tus ovejas (Jn 21,15). Sé que todo lo que haga con mis hermanos más pequeños te lo hago a ti mismo en persona (Mt 25,40). Y si peco contra un hermano, peco contra ti mismo (1 Cor 8,12). Enséñame a quererte, Jesús, queriendo a nuestros hermanos como tú mismo los quieres (Jn 15,12).
Que te veamos siempre como nuestro hermano mayor (Rom 8,29), el primogénito de toda la creación (Col 1,15).
Que tú seas siempre nuestra cabeza, Jesús, y nosotros, tus miembros, ramas todos de un mismo tronco, cada vez más al servicio los unos de los otros (Jn 4,15s).
Que tú seas siempre para nosotros el Primero y el Ultimo (Ap 1,17), el Principio y el Fin (Ap 21,6).
Que siempre te miremos como al Testigo fiel y verdadero (Ap 3,14), como Palabra de Dios (Ap 19,13), Dueño del Universo (Ap 19,6), Rey de reyes y Señor de señores (Ap 19,16).
Tú eres el Señor de la vida (Hch 3,15), la piedra angular (Ef 2,20), el Jefe único (Mt 23,10).
Eres Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,11): el Señor de todos (Hch 10,36), que está en todo y en todos (Col 3,11). Eres la Cabeza de todos (Col 2,10).
¿A dónde iríamos lejos de ti, que tienes palabras de vida eterna? (Jn 6,68).
Tú has muerto y resucitado para ser Señor, tanto de los vivos como de los muertos (Rom 14,9).
Atráeme hacia ti, Jesús, ya que para ello has sido levantado sobre la tierra (Jn 12,32).
Con tu sangre nos has comprado para Dios (Ap 5,9). Tú nos has rescatado para ser de Dios (Ap 14,4).
Haz lavar y blanquear mis vestiduras con tu sangre (Ap 7,14), Cordero degollado que te mantienes siempre de pie (Ap 5,6).
Mi pobre rama se secaría si no estuviera unida a ti, que eres la vid; pero unido íntimamente contigo, y debidamente podado, sé que produciré mucho fruto (Jn 15,1-5).
Quiero escuchar tu voz y abrirte mi puerta, para que entres a mi casa y comamos juntos (Ap 3,20).
Deseo ver tu rostro y llevar tu nombre sobre mi frente (Ap 22,4). Soy un sediento que se acerca a ti para recibir gratuitamente el agua de la Vida (Ap 22,17).  Dame a beber del río de la Vida, puro como el cristal, que brota de tu trono (Ap 22,1).
Cordero de Dios, derrama tu luz sobre nosotros (Ap 22,5). Que tu lámpara me ilumine para siempre (Ap 22,1). Que nadie me saque nunca de tu mano (Jn 10,28).
Prepáranos, como tu novia tuya, vestida de lino radiante de blancura (Ap 19,8), engalanada en espera de su prometido (Ap 21,2).
Sí, ven Señor Jesús (Ap 22,20). ¡Que reine nuestro Dios y su Cristo mande! (Ap 12,10). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario